Vicenc Navarro
03 ago
2012
Diario Publico.es
Una de las frases que se han estado reproduciendo
con mayor frecuencia en los medios de mayor difusión a los dos lados del
Atlántico es que “el euro está en peligro de desaparecer”. Una y otra vez se
subraya que el euro puede colapsarse creando un enorme problema, no sólo a los
países de la Eurozona, sino a toda la economía mundial, resultado de la
importancia que ha adquirido tal moneda a nivel internacional. El euro, sin
embargo, no está en peligro de desaparecer. Como bien dijo el Sr. Mario Draghi,
el presidente del Banco Central Europeo, en su conferencia de prensa última
(02/08/12), “el euro no ha estado ni estará en peligro”. En realidad, el Sr.
Draghi podría haber hecho referencia a que el euro continúa estando por encima
del dólar, habiendo descendido algo desde su momento de auge, pero permanece
todavía por encima del valor que muchos sectores exportadores de la Eurozona
desearían. Y el hecho de que no esté en peligro se debe a que las fuerzas
dominantes que determinaron su establecimiento continúan existiendo y
beneficiándose de su existencia.
Aquellos que continúan insistiendo en que el euro
está en peligro ignoran o desconocen cómo y el porqué se estableció. El euro se
creó como un mecanismo para integrar la (dividida) Alemania post-nazi dentro de
la Europa democrática. La reunificación de las dos Alemanias, deseada por la
estructura de poder de aquel país, atemorizaba a la mayoría de países aliados
que habían ganado la II Guerra Mundial, temiendo que surgiera de nuevo la
Alemania unida frente a los países aliados (como Francia y Gran Bretaña) que
habían sufrido dos veces en un siglo las ansias expansionistas de aquel país.
De ahí que el presidente Mitterrand (que había dicho que quería tanto a
Alemania que quería dos de ellas, en lugar de una) propusiera que el marco
alemán fuera sustituido por una moneda europea –el euro-, a fin de anclar la
nueva Alemania en la Europa democrática.
La condición que puso el gobierno alemán, sin
embargo, fue que el euro fuera gobernado por una institución (el Banco Central
Europeo, BCE) en el que el Bundesbank (el Banco Central alemán) tuviera la
mayor influencia: en realidad, el BCE estaría bajo su control. La otra
condición que puso Alemania fue la aprobación del Pacto de Estabilidad, que
sometía a todos los países de la Eurozona a condiciones de gran austeridad
fiscal, que deberían respetarse incluso en condiciones de recesión, como ahora.
Para entender la aceptación de estas dos condiciones (que han tenido un impacto
negativo en el crecimiento económico de toda la Eurozona) por parte de los
países aliados, hay que entender el dominio hegemónico del neoliberalismo
(iniciado por el presidente Reagan en EEUU y por Margaret Thatcher en Gran
Bretaña) a los dos lados del Atlántico. Un promotor de tal ideología fue el
capital financiero alemán, que estableció el control de la inflación como el
objetivo central del establecimiento del sistema financiero europeo, centrado
en el BCE, intentando a la vez disminuir el rol de los Estados y en su lugar,
favorecer a la banca privada y al mundo empresarial exportador. Y así se hizo.
El Banco Central Europeo no es un banco central
Ahora bien, el problema mayor del BCE es que no era
ni es un Banco Central. Un Banco Central digno de su nombre imprime dinero y
compra la deuda pública de su Estado, regulando así los intereses de su deuda.
Cuando tales intereses suben, el Banco Central compra deuda pública de su
propio Estado y los intereses bajan. Con ello, el Banco Central protege a los
Estados frente a la especulación de los mercados financieros con su deuda.
Pero el Banco Central Europeo no hace esto. Imprime
dinero pero no compra deuda pública de los Estados, consecuencia de ello es que
la deuda pública de los Estados está sujeta a la especulación de los
mercados financieros. Ello explica que todos los Estados de la Eurozona sean
muy vulnerables a tal especulación, pues no tienen un Banco Central que les
proteja. Es cierto que el BCE ha comprado deuda pública de algunos de estos
Estados (a pesar del mandato que tiene de no hacerlo) cuando la situación ha
alcanzado un nivel intolerable en algún país. Pero lo hace casi clandestinamente
y muy a regañadientes, y en cantidades muy insuficientes. Y los mercados
financieros son conscientes de ello. No hace, pues, lo que debe hacer un Banco
Central, que es indicar a los mercados financieros que actuará con contundencia
cada vez que se inicie un ataque de especulación, no permitiendo que éste tenga
lugar. El grado de desprotección que un país puede alcanzar aparece claramente
ahora en el caso de España. A pesar del enorme ascenso de la prima de riesgo,
el Estado español no puede hacer nada (repito nada) para protegerse de tal
ataque. El argumento de que hay que reducir el déficit público para recuperar
la confianza de los mercados y dejar que éstos especulen es frívolo en extremo.
El que marca los intereses de la deuda pública es el Banco Central, no los
mercados financieros. Y el hecho que la prima de riesgo sea tan elevada en
España se debe a que el BCE no ha comprado deuda pública desde hace ya casi 5
meses.
¿Qué hace, pues, el mal llamado Banco Central
Europeo?
El BCE, en lugar de prestar dinero al Estado, ha
prestado dinero a los bancos privados, a unos intereses bajísimos (menos de un
1%), y con este dinero, estos bancos compran deuda pública a unos intereses
elevadísimos, de un 6 ò un 7% (como es el caso italiano y español). Es el
negocio más redondo del año. Esta situación se justifica con el argumento de
que tales préstamos a la banca privada garantizan la efectividad del sistema
financiero y la oferta de crédito, aún cuando la evidencia de que tales
préstamos repercutan en una mayor disponibilidad de crédito es muy limitada. El
crédito, por lo general, no aparece ni se le espera. El BCE ya ha prestado casi
500.000 millones de euros desde diciembre de 2011 a la banca española e
italiana, sin que el crédito aumentara a las familias o a las pequeñas y
medianas empresas. La evidencia de esta realidad es robusta y convincente.
En este sistema financiero europeo, la banca
alemana es la dominante y ello, no solo por diseño de los fundadores del euro,
sino también por la enorme acumulación de capital financiero resultado de otro
diseño político, consecuencia de una serie de decisiones tomadas por los
sucesivos gobiernos alemanes. El gobierno Schröder tomó una serie de medidas,
continuadas por los gobiernos Merkel, que potenciaron el sector exportador a
costa de la demanda doméstica. En un enfrentamiento entre el canciller Schröder
y su Ministro de Finanzas, Oskar Lafontaine, este último quería que la demanda
doméstica fuera el motor de la economía alemana (y por ende, de la economía
europea), para lo cual proponía una subida de salarios y aumento del gasto
público, denunciando que el crecimiento de la productividad estaba beneficiando
más al capital que al mundo del trabajo. El canciller Schröder, sin embargo, se
opuso a esta estrategia, favoreciendo, en cambio, que el sector exportador
fuera el motor de la economía, propuesta que el sector empresarial y financiero
apoyó y que se impuso, facilitando la acumulación de capital a costa de
mantener una escasa demanda doméstica. Ello generó una enorme concentración de
euros en el sistema financiero que, en lugar de mejorar los salarios de los
trabajadores alemanes (como Oskar Lafontaine deseaba) compró deuda privada y
pública en los países donde había una mayor rentabilidad de aquella inversión financiera,
que era precisamente en los países periféricos de la Eurozona, incluyendo
España. El origen de la burbuja inmobiliaria en España es precisamente el flujo
de capital financiero del centro, incluyendo Alemania, a la periferia, flujo
que fue facilitado también por la escasa capacidad adquisitiva de la población
española (resultado de la disminución de las rentas del trabajo durante los
últimos quince años) y consiguiente necesidad de endeudamiento.
¿Cómo aparece la crisis en España?
Cuando la banca alemana paralizó el flujo de
capital financiero a la periferia (como consecuencia del pánico que le entró al
verse contaminada con los productos tóxicos de la banca estadounidense) las
burbujas inmobiliarias colapsaron, creando un agujero en el PIB español de un
10% (y todo ello en cuestión de meses), disparando el desempleo y los ingresos
al Estado, apareciendo con toda su crudeza el enorme déficit estructural
público de España (que había sido causado por las grandes rebajas de impuestos
en tiempos de bonanza) y que había estado ocultado por el crecimiento del gasto
público, resultado de la burbuja inmobiliaria. El enorme crecimiento del
déficit público del Estado no se debía, como decía el pensamiento neoliberal
dominante de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo
Monetario Internacional), al disparo del gasto público, sino al colapso de los
ingresos al Estado. De ahí que las medidas de austeridad que se han estado
imponiendo no tienen ninguna oportunidad de resolver el problema del déficit
público, el cual sólo se puede reducir a base de incrementar los ingresos al
Estado mediante el estímulo del crecimiento económico y de las reformas
fiscales progresistas que faciliten el aumento de estos ingresos, aumento
necesario para resolver el mayor problema, no sólo humano y social, sino
también económico, que existe en la Eurozona (y en España), y que es el
desempleo.
¿Cuál es el propósito de la supuesta ayuda
financiera?
La narrativa oficial es que tal ayuda viene a
ayudar al sistema financiero español. La realidad, sin embargo, es distinta. Su
objetivo es ayudar a que los Estados (incluyendo España) y los bancos de la
periferia a que paguen su deuda a los bancos del centro de la UE, y muy en
especial a la banca alemana. En realidad, hubiera sido una medida más eficiente
(que la transferencia de fondos a los bancos) el que tales fondos se hubieran
distribuido a la población endeudada así como a las pequeñas y medianas
empresas y al Estado (tanto central como autonómico) a través de agencias de
crédito estatales como el Instituto de Crédito Oficial (ICO), proveyendo
crédito a intereses bajos, resolviendo así el enorme problema de falta de
crédito. La experiencia muestra que transferir estos fondos a los bancos no
resolverá tal problema. La población está enormemente endeudada, y el Estado
también. Pero tales “ayudas” financieras no están, en contra de lo que dice el
discurso oficial, orientadas a ayudar a los países sino a los bancos del centro
de la Eurozona y muy en particular, los bancos alemanes, como indica Peter
Böfinger (Chatterjee, Pratap, “Bailing Out Germany: The Story Behind The
European Financial Crisis”, 28/5/2012), consejero económico del gobierno
alemán. Un tanto igual ocurrirá con la intervención que el BCE desea que ocurra
en España (puesto de manifiesto en la última conferencia de prensa del Sr.
Draghi) pues, como ha ocurrido en Grecia, Portugal e Irlanda, el objetivo
principal de tal intervención es que los acreedores reciban su dinero.
¿Dónde está el problema del euro?
El hecho de que el Estado español tenga
dificultades en obtener liquidez, y que esté en dificultades, no quiere decir
que el euro esté en dificultades. En realidad, este desequilibrio en la
disponibilidad de crédito le está yendo muy, pero que muy bien a la banca alemana
(receptora ahora de un enorme flujo de capitales de la periferia al centro)
consecuencia de la inseguridad financiera existente en la periferia. La fuga de
capitales de la periferia al centro está descapitalizando a los países
periféricos y enriqueciendo a los bancos y al Estado alemanes (los bonos del
Estado alemán son hoy los más seguros del mundo, junto con los
estadounidenses).
La situación que se llama de crisis, no es crisis
del euro. A los países de la Eurozona periférica, el sistema de gobierno del
euro les está yendo fatal. Pero, repito, ello no quiere decir que el euro se
colapsará. Sólo colapsaría si los países periféricos abandonasen el euro, lo
cual es casi imposible, y ello por razones políticas. Las medidas que se están
tomando en la periferia (en teoría para salvar el euro, el cual está en muy
buena salud), están favoreciendo a las clases dominantes de aquellos países.
Las burguesías de los países periféricos están utilizando la crisis para
conseguir lo que siempre han deseado: reducir los salarios, eliminar la
protección social y desmantelar el Estado del Bienestar. Y todo ello con el
apoyo de la troika. Así, cuando Mario Draghi llamó a Zapatero antes, y a Rajoy
ahora, lo que le pide es que, a condición de que les ayude, desarrollen las políticas
de confrontación con el mundo del trabajo (y esto es lo que ocurrirá si España
está intervenida). Y en su conferencia de prensa, Mario Draghi no podía ser más
explícito. Indicó que la ayuda del BCE estaba condicionada a la desregulación
de los mercados laborales y a la reducción del gasto público (del cual la
mayoría es el social). Es lo que Noam Chomsky ha llamado la guerra de clases
unidireccional (ver su introducción al libro Hay alternativas deVicenç
Navarro, Juan Torres y Alberto Garzón). Se ha establecido así una alianza de
las clases dominantes (que Jeff Faux definió en su día como la lucha de clases
a nivel mundial) que ahora toma lugar a nivel europeo.
Nos encontramos, pues, en una situación en la que
la troika (que representa los intereses de la burguesía financiera y
exportadora alemana y de otros países del centro) coincide con las burguesías
financieras y empresariales de la periferia, en que el euro permanecerá, pues
está sirviendo a sus intereses. Lo último que el establishment alemán desea es
que Grecia, España, Portugal, Irlanda y ahora Italia, dejasen el euro. Esto
significaría el colapso de la banca alemana, que posee 700.000 millones de
deuda pública y privada de estos países.
Y las burguesías periféricas tampoco desean salirse
del euro porque les permite conseguir lo que siempre han deseado,
externalizando la responsabilidad. Es más, salirse del euro abriría un enorme
interrogante sobre su propio futuro. De ahí que de tal alianza de clases puede
concluirse que tendremos euro para rato. Así de claro.
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