martes, 2 de agosto de 2011

El voto “deportivo”

Hace tiempo que no levantaba una nota pero esta me parecio muy pertinente.
Rusvi Tahan

Datos para las futuras campañas electorales
Publicado el 2 de Agosto de 2011. Diario Tiempo Argentino.
Por Enrique Martínez Presidente del INTI.
El triunfo de Macri, tanto en primera como en la segunda vuelta, no juntó más de mil adherentes a los saltos en un club de barrio y ni un solo bocinazo o banderazo o siquiera una sonrisa pública, en punto alguno de la ciudad.


El domingo 31 de julio, dos de cada tres votantes que en la primera vuelta no habían optado ni por Macri ni por Filmus, votaron a quien ganó. Ese hecho, que parece marginal, es para mí la principal confirmación que dejó la elección sobre el bajo interés que el votante medio porteño tuvo y tiene por la política y las elecciones.
En una elección polarizada, había quedado el 24% fuera de las dos primeras listas, lo cual es una cifra importante. La mitad de esa cifra votó por Fernando Solanas y el resto por unas seis opciones de alguna relevancia.
Un análisis sin demasiada profundidad permite suponer que esos fueron los votos más pensados, con alguna identidad ideológica bien precisa. ¿Quién votaría a Luis Zamora o a Jorge Telerman sin conocer sus ideas, en el escenario que se dio?
Sin embargo, dos tercios de esos votantes optaron luego por Macri. Esto implica, entre otras cosas, que la mayoría de los votantes de Proyecto Sur fueron hacia el PRO, junto con los de Estenssoro y de la UCR. Toda esta mezcla tiene una sola explicación: el voto deportivo. El que vota a ganador, porque en definitiva le da poca trascendencia a su opción, ya que cree que se trata de un acto administrativo y lo que ordena su vida pasa por otro lado.
Las teorías sobre voto castigo o las aun más endebles sobre voto esperanzado detrás de una nueva dirigencia nacional, nada pueden tener que ver con la realidad política o social del país. Hay muchas maneras de confirmarlo, entre otras, la nada obviable de que el triunfo de Macri, tanto en primera como en la segunda vuelta, no juntó más de mil adherentes a los saltos en un club de barrio y ni un solo bocinazo o banderazo, o siquiera una sonrisa pública, en punto alguno de la ciudad.
Quien quiera gobernar este país para operar sobre escenarios de justicia social y de equidad crecientes, tendrá a partir de ahora que contar con esta nueva realidad, que Santa Fe y la CABA se ocuparon de recordar brutalmente en apenas ocho días. Esta nueva realidad es una sociedad donde la bonanza económica generada por un crecimiento acumulado de más de 80% en ocho años, consolidó una clase media exitosa y le sumó varios millones de ciudadanos más, que hoy piensan de la política lo mismo que en 2001 –que es prescindible– y asignan su mejor pasar a su inteligencia, capacidad y vocación de sortear a los errores oficiales y a los chorros.
La lógica conservadora se adapta con entera facilidad a tales conceptos y los hace propios.
Cuando accede al gobierno, simplemente refuerza con la ley o sin ella a los que más tienen, y construye brechas cada vez mayores entre pudientes y no pudientes, invitando a estos últimos a que salten la fosa en base a su propio esfuerzo o, en su defecto, se embromen.
Un movimiento popular tiene dos problemas aquí. Primero, ganar las elecciones. Segundo, conservar el poder. El FPV está transitando por el segundo capítulo de la historia, gracias a que pudo acceder al gobierno en momentos de desorden social de tal magnitud, que la perinola lo marcó como el elegido para recibir el ladrillo caliente.
Para conservar el poder y además profundizar el cambio, pues es mucho lo que resta para ser un país con justicia plena, el FPV debe contar con el respaldo electoral de al menos un 40% de la clase media urbana de las ciudades ricas argentinas. Ese es el sector que está mejor que nunca, pero cree que los pobres, los inmigrantes y los impuestos, se los ha puesto el gobierno en su camino para joderlo.
Mucho tendrán que pensar los hacedores de campañas, pero no podrán omitir en lo más mínimo esta realidad. Por supuesto, se abrirán opciones.
Cabe buscar seducir con el discurso liviano, que podría intentar ahuyentar los eventuales temores a perder alguna conquista relativa, o a tener que ceder algo en beneficio de otros. No lo recomendaría, porque los conservadores son más confiables en esto.
Cabe, en cambio, mostrar cómo el destino de la clase media se vincula inexorablemente al de los que hoy menos tienen. Cabe trabajar sobre los temores de ese sector y desmontar el prejuicio de que deben defenderse de los de abajo, cuando en realidad, se debe evitar que se concentre y desnacionalice la economía. Reconstruir las alianzas sociales alrededor de un proyecto nacional deja de ser un reclamo de militantes sofisticados o muy ideologizados, para ser una necesidad práctica, casi de supervivencia para un movimiento popular en el poder.
Los protagonistas de esto somos todos. Por supuesto se requiere extrema lucidez en el vértice del espacio político. Francamente, sin ninguna mirada obsecuente, creo que eso es un objetivo fácil de conseguir.
Mucho más complejo es conseguir que la vieja militancia, tanto como la recién llegada, con sus diferencias de historias y de edades, ponga el triunfalismo a un costado y se coloque el overol, para entender las demandas de los más humildes, junto con las limitaciones que los más pudientes tienen para animarse a mirar la Argentina del futuro en conjunto.
No se necesita ni más aparato ni más capacidad de vender un producto político. Se necesita contar con la capacidad de querer un país para todos; de sumar voluntades a partir de cada realidad compartida. Esto nunca podrá ser patrimonio de la nueva esperanza blanca resurgida el domingo pasado, por más pasos de baile que dé sobre un escenario; más globos lanzados al viento; o recitados de un catecismo pagano que se pregonen. Por una simple razón: porque él y sus mentores quieren un país injusto, que perjudicará inexorablemente al grueso de sus eventuales votantes.

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