Marco Aurelio Garcia Asesor
para Asuntos Internacionales de la Presidencia de Brasil. Escribe este texto es una
reproducción de los pasajes salientes de la exposición “Las izquierdas: la hora
de la integración sudamericana”, realizada el 21 de enero de 2013, en el
Encuentro con intelectuales sudamericanos “Caminos progresistas para el
desarrollo y la integración regional”, organizado por el Instituto Lula de San
Pablo.
Me parecio muy importante compartirlo con ustedes.
Rusvi Tahan
Me parecio muy importante compartirlo con ustedes.
Rusvi Tahan
Parte
importante de las izquierdas sudamericanas, especialmente en el Cono Sur, fue
duramente afectada por la represión impuesta por las dictaduras de la región en
las décadas del ’60, ’70 y parte de los ’80, en Brasil, Bolivia, Argentina,
Uruguay, Chile y Paraguay. La derrota sufrida por las organizaciones de
izquierda en aquel período fue política, organizacional y, en donde recurrieron
a la lucha armada, militar. En algunos países, como Argentina y Chile, la
represión asumió dimensiones gigantescas dejando miles de muertos,
desaparecidos, presos y exiliados.
En los
países donde ese proceso fue acompañado por la aplicación de políticas
neoliberales se produjeron cambios importantes que afectaron las bases sociales
de los sindicatos, movimientos y partidos identificados históricamente con las
clases trabajadoras.
Esos
cambios tuvieron un fuerte impacto en el papel que las izquierdas desempeñaron
en el período de transición a la democracia en algunos países de la región. Las
políticas económicas conservadoras ampliaron la pobreza, debilitaron a la clase
trabajadora tradicional y sus organizaciones. Al minimizar el rol del Estado en
la economía, el recetario del Consenso de Washington debilitaba las nociones de
Estado-Nación y soberanía nacional y, en consecuencia, la propia soberanía
popular. El debilitamiento de la democracia económica y social debilitó la
democracia política.
En
Brasil, los militares, aunque represores, autoritarios y oscurantistas,
llevaron adelante políticas de desarrollo económico que expandieron la economía
aunque profundizaron las desigualdades. Con eso fueron creadas las bases materiales
para el surgimiento de importantes movimientos sociales, para un nuevo
sindicalismo y para la creación del Partido de los Trabajadores. Ese marco fue
distinto en países con economías basadas en el petróleo y la minería como
Venezuela, Ecuador y Perú, al igual que Colombia, por décadas escenario de una
importante insurgencia rural.
La
hegemonía de las ideas neoliberales en el plano económico durante el período de
transición a la democracia proyectó personajes funestos como Carlos Menem en
Argentina, Collor de Mello en Brasil, Sánchez de Lozada en Bolivia, figuras
centrales de un movimiento del que también formaban parte Salinas de Gortari en
México y Vargas Llosa o Fujimori en Perú.
La idea
de la integración latinoamericana fue sustituida por el proyecto de creación de
un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsada por Estados Unidos.
Las privatizaciones y la desregulación productiva, financiera y del mundo del
trabajo se transformaron en palabras clave del pensamiento único que pasó a configurar
una nueva propuesta programática de amplia aceptación en sectores conservadores
y, sobre todo, en los medios de comunicación.
Es claro
que esa ola conservadora fue estimulada por la crisis de los proyectos
nacionales-desarrollistas de América latina y, más allá del colapso del modelo
soviético, por la deriva de la socialdemocracia europea y por los nuevos rumbos
de la economía y la política de China. Acosadas por la nueva derecha y privadas
de los valores clásicos que habían seguido durante décadas en el pasado, las
izquierdas vivieron un momento de perplejidad que incluso afectó a aquellos
sectores que se habían disociado de una herencia ortodoxa y adoptado una
postura crítica.
El
renacimiento de las izquierdas en la región ocurrió esencialmente a partir de
los movimientos sociales, de sus luchas reivindicativas y embates electorales
que comenzaron a ser victorias en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay,
Bolivia, Ecuador y Paraguay, y la evolución del proceso político chileno.
La
consecuencia de ese renacimiento a partir de las luchas sociales, sin un
proyecto político-ideológico común y consistente previo, fue una comprensible
(algunos dirán saludable) heterogeneidad y fragmentación programática. Ese
fenómeno refleja las particularidades de las tradiciones culturales y políticas
nacionales que las dictaduras y las políticas neoliberales no habían logrado
anular.
A pesar
de esas diferencias, algunos elementos programáticos estuvieron presentes, con
distintos enfoques y perspectivas, en las luchas y movimientos de los distintos
países: 1) énfasis en las cuestiones sociales (combate a la pobreza, la
exclusión y las desigualdades), 2) democratización del Estado y participación
social, 3) defensa de la soberanía nacional e 4) integración sudamericana y latinoamericana
capaz de garantizar a la región un lugar en un mundo que vivía (y vive) una
intensa y acelerada transformación.
En el
gobierno, las izquierdas impulsaron el crecimiento, el combate a la pobreza, la
reducción de las desigualdades por medio de políticas económicas y sociales.
Estas últimas dejaron de tener un carácter “compensatorio”, como en la agenda
conservadora, y pasaron a ser el eje estructurante de la nueva política
económica. Con diferencias, ligadas a los antecedentes económicos de cada país
y las orientaciones adoptadas, la región logró el equilibrio macroeconómico
(reducción de las deudas internas y externas, control de la inflación y el
incremento de las reservas internacionales). La articulación de esos factores
provocó una expansión significativa de la economía regional, mejoras sensibles
en la situación social y explican el nuevo rol que pasó a tener América del Sur
en la economía global, especialmente cuando estalló la crisis.
Los
gobiernos de izquierda fueron sometidos a constantes procesos electorales y
estimularon la creciente participación popular. En la región andina –Venezuela,
Bolivia y Ecuador, sobre todo– la inestabilidad política anterior, resultante
en parte de la obsolescencia de las instituciones, puso a la orden del día la
convocatoria de Asambleas Constituyentes para ampliar el espacio público y la
base de sustentación gubernamental. Se refundaron las instituciones. En otros
países los cambios se hicieron sin grandes rupturas institucionales. La caída
de Fernando Lugo en Paraguay fue, en parte, el resultado de la falta de una
movilización popular fuerte y del aislamiento del gobierno en el interior de
las instituciones heredades del antiguo régimen.
El éxito
de los gobiernos democráticos populares de los últimos años tuvo un efecto
desintegrador sobre las oposiciones. En la mayoría de los países las fuerzas
tradicionales de derecha entraron en crisis. Incapaces de comprender los nuevos
fenómenos políticos y sociales de la región, parte importante de las
oposiciones asumió posiciones profundamente conservadoras, cuando no golpistas.
Descalificaron las políticas económicas y sociales de las izquierdas,
llamándolas “populistas” o instrumentos de “cooptación” de amplios sectores
sociales que se estarían dejando comprar por “políticas asistencialistas”. A
partir de ahí pasaron a descalificar las elecciones como proceso de
constitución de los gobiernos democráticos. El pueblo se transformó en la “masa
de maniobra populista”. Las derechas reactivaron sus agendas pro-mercado y desarrollaron
una fuerte crítica a las políticas externas, especialmente a los procesos de
integración sudamericana.
El papel
central de la oposición en la mayoría de los países fue ocupado por los medios
de comunicación, que sustituyeron a los partidos conservadores. Los éxitos de
las experiencias de gobierno de izquierda y de centroizquierda en América del
Sur no pueden ocultar, sin embargo, sus límites cuyo examen crítico es
fundamental para la continuidad de esas experiencias y, sobre todo, para su
profundización.
Si bien
es necesario realizar un análisis detallado de cada una de las trayectorias
nacionales de la última década, no hay aquí espacio para realizar ese
inventario crítico. Confrontaciones exageradas o conciliaciones innecesarias,
voluntarismo o pasividad burocrática, centralismo o basismo son algunas de las
tendencias conflictivas que pueden observarse en los discursos y la práctica de
los gobiernos progresistas sudamericanos.
Falta un
relato coherente de los procesos políticos en curso en nuestros países. En su
ausencia, la izquierda corre el riesgo de renunciar a cualquier discurso
explicativo de su rica experiencia actual, cayendo en un empirismo peligroso,
vacío y, a menudo, ocupado por las críticas de la derecha. Otro riesgo es el de
otorgarle a ese relato una retórica de izquierda anticuada o la invocación de
supuestas tradiciones históricas que remiten a los pueblos originarios o a las
luchas de independencia.
Muchas
veces esa “invención de tradiciones”, para retomar una expresión de Eric Hobsbawm,
aunque justificable, oculta nuestra incapacidad para comprender y explicar la
novedad de la experiencia que estamos desarrollando y los problemas que tenemos
enfrente. El riesgo implícito en esa postura es el de estar luchando en
batallas de guerras pasadas y, por lo tanto, equivocarnos de enemigos.
Esa
advertencia sirve no sólo para tratar nuestras experiencias nacionales sino
también para definir el horizonte de nuestros proyectos de integración. Esos
procesos de integración son más complejos porque involucran a grupos de países
con diferentes afinidades político-ideológicas. Baste recordar que en el marco
de Unasur están los gobiernos del ALBA, pero también aquellos del Arco del
Pacífico, además de aquellos que no siguen ninguna de estas opciones. La
complejidad de esas cuestiones y los problemas de relación de fuerza
involucrados muestran la necesidad de construir también un relato de la
integración sudamericana.
Es
necesario superar los tiempos de las Internacionales. Eso no significa
abandonar un esfuerzo teórico político de análisis de las experiencias exitosas
de reconstrucción de las izquierdas en esta última década. Es necesario
establecer un debate calificado que, reconociendo las particularidades de cada
experiencia nacional, sea capaz de establecer un ideario común a ser
compartido.
Una de
las paradojas de la situación actual de nuestro continente es que la derrota
política y electoral del conservadurismo no ha sido acompañada por la derrota
de muchas de sus ideas, de sus valores, y, sobre todo, de sus medios de
difusión. La construcción de una América del Sur posneoliberal pasa por ese
movimiento de reconstrucción de las izquierdas en varios países. La crisis de
los paradigmas pasados de las izquierdas y los avances de los últimos años
muestran que, contra las ideas dominantes, debemos afirmar las políticas
económicas de crecimiento, sustentabilidad económica, social y ambiental. Una
política económica que apunte a la construcción de una economía poscapitalista.
Una reflexión que contribuya a la democratización radical del Estado, para la
ampliación del espacio público y la socialización de la política. Tenemos que
construir una democracia política fundada en la más amplia participación de
hombres y mujeres en la vida política, en una sociedad plural, respetuosa de la
ley, de los derechos humanos, capaz de asegurar la libre organización y
expresión. Una sociedad solidaria, laica y de paz que socialice los bienes
culturales y las oportunidades, que valore su diversidad étnica.
* Asesor
para Asuntos Internacionales de la Presidencia de Brasil. Este texto es una
reproducción de los pasajes salientes de la exposición “Las izquierdas: la hora
de la integración sudamericana”, realizada el 21 de enero de 2013, en el
Encuentro con intelectuales sudamericanos “Caminos progresistas para el
desarrollo y la integración regional”, organizado por el Instituto Lula de San
Pablo.
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