viernes, 7 de octubre de 2011

la morada de la ingenieria

En pocos días llegara a Patagonia iniciando un periplo por demas sacrificado, solo por cumplir con sus amigos patagonicos el filosofo Felipe Angel. Estara en Cipolletti, Bariloche y Lago Puelo, los invito a sumarse a alguna de sus charlas y les mando un pequeño escrito que nos introduce en su pensamiento.
Rusvi Tahan
LA MORADA DE LA INGENIERÍA
FELIPE ANGEL
Al ingeniero pitecántropo domesticador del fuego
En tiempos australopitecos al igual que ahora; o sea, en los intersticios de los lapsos intermedios entre el primer homínido y este minuto de agosto del 2011, lo que fuere cuando fuere donde fuere, de tres fundamentos disfruta una población al asentarse en un lugar: organización social, instrumentos físicos y tejido simbólico. Instrumentos físicos enhebran una Plataforma Tecnológica, que a su vez abarca lo que la tradición denomina Ingeniería, con aledaños ni pocos ni sustanciales. Sin consecuencias no resulta una tal definición; Ingeniería deviene, de esta manera, una de las tres vertientes que constituyen lo humano; es decir, un directo producto de la evolución. En el fondo de sí, no en la inmediatez diaria de los últimos siglos, la Ingeniería no sólo participa del periplo de los saberes o técnica; cuando al salir del arco la figura dibuja otro arco aéreo con su vuelo sus flechas van más lejos que las del saber o técnica: la adaptación orgánica humana está hecha para el manejo de instrumentos físicos distintos a su propio cuerpo. Los brazos humanos son la parte de la evolución orgánica que desemboca en lo que hoy llamamos Ingeniería. Los brazos anteceden a las manos, van primero en las alas del tiempo, de cuna y límite les sirven. La Ingeniería, como brazo, es al colectivo humano lo que al individuo la mano.
La locomoción bípeda es inferior a la cuadrúpeda, en cuanto aceleración, desaceleración, estabilidad, etc.; la movilidad cuadrúpeda había sido ya desarrollada en la diversidad mamífera; más que movilidad la necesidad dedujo que se podía intentar otra vía: la de aquellas piedras y palos que entre ellos se lanzaban algunos simios, la de aquellas piedras y palos que no sólo la primera vez sino casi siempre al venado llegaron más rápido que el chita, la de aquellas piedras y palos de los que empezaron a seleccionar los más fuertes, los más cortantes, los más aptos para bajar frutas de las copas de los madroños, para cortar la piel del jabalí, para pelear con el tigre y con el congénere o para limarse los callos de las plantas de los pies. Piedras y palos significa el uso de instrumentos físicos buscados por toda la comunidad, escogidos con paciencia por el consejo dado entre quienes la experiencia y la cicatriz suelen andar juntas; piedras y palos de cuya idoneidad o simple tenencia dependían almuerzo, vestido y pellejo; búsqueda y escogencia que inclina a organizarse de tal o cual forma. Para el uso de esos instrumentos físicos, para referir el hallazgo o la carencia, la calidad o el lugar, el hábito desenvolvió las palabras en la fertilidad de la cordialidad o de la lucha.
Procedemos hoy con la misma racionalización intuitiva, por decirlo así, de aquel australopiteco que decidió no utilizar en las labores cotidianas su más preciado sílex, su roca más resistente
ya hecha la más filuda sino, sabio él, destinar su preciado sílex a la sola función de con ese pedazo del mundo convertir otras piedras silvestres, otros palos sin función social, en hachas, en puntas, en pequeños proyectiles cortantes, en azadones para encontrar raíces medicinales o alimenticias, et similia. Construyó un eje referencial de lo humano: ingeniar artefactos destinados a construir otros artefactos.
El cotidiano trasegar de tal o cual comunidad en este o en aquel siglo o lugar; ese trasegar en el cual de hecho se da el ejercicio del poder; ese así trasegar homínido a través de su concatenado periplo proviene en acápite no desdeñable de quién produce los artefactos que los demás usan. La retroalimentación entre ingeniería y poder social acompasó la direccionalidad de la primera huella australopiteco de la misma manera que hoy divide entre Primer y Tercer Mundo el andar humano sobre la Madre Tierra. En efecto, el Primer Mundo lo es debido a que se ha adueñado de la posibilidad de tener artefactos destinados a construir tu nevera, su avión, mi bicicleta, el iPhone del hijo, la central nuclear no nuestra, etc. En cuanto a construcción la ingeniería no tiene por qué pensar que se remite a los objetos físicos por el simple hecho de que no es así; gran parte de la pérdida de la identidad de los pueblos del Tercer Mundo anida en la dependencia ingenieril. La independencia de los pueblos pasa por la fabricación de artefactos destinados a construir
otros artefactos. La Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional atraviesa la historia nacional; un currículum articulado a la función social de la ingeniería demanda de sus graduandos no sólo el manejo del cúmulo técnico, no sólo la apropiación del saber inherente en ello sino que, también o mejor dicho principalmente, postula la función de época del ser ingeniero; o sea, la ética. La morada de la ingeniería, repito con causa, está más allá del saber o de la técnica; mira tu brazo, ingeniera.
La complejidad, en cuanto a la Ingeniería se refiere, así ata los nudos internos de su tejido; se construye un artefacto para hacer aquella partecita de aquel otro artefacto y así sigue y sigue, según lo que la posibilidad gerencie. No el Sputnik sino la maquinaria que lo construyó apto para salir de casa, contiene un aspecto del espíritu de la Ingeniería: el del irredimible y posibilitador ser tecnología; sí, obvio. El perfil socialmente otorgado al ingeniero en grave número de casos queda encarcelado en ese ser sólo tecnología.
Pues ese ser tecnología de primera generación, o sea constructora de artefactos otros, o ese ser tecnología de segunda generación, obediente operadora de los artefactos que no construyó, ese ser aquel o esta determina una parte sustancial del ejercicio colectivo ya que teje el entramado social,
anuncia vocablos que suscitan nuevos horizontes emocionales, laborales, vivenciales, etc., como sucede con internet, señala la pobreza como herencia de los siglos y da no pocas veces a la riqueza cuna lejana al merecimiento individual. En el ejercicio de ser ellos mismos vincula a los pueblos de una determinada manera. ¿Cuál? Manera aquella mediante la que se esculpe el perfil denominado identidad. Manera aquella que lleva a reconocerse como saber. Ser saber implica nuevas responsabilidades, no es un paso neutro; responsabilidades de las que aceptarse como técnica carece. Responsabilidades que, como los ríos que a la larga van a dar a la mar, desembocan en un mismo fin: los hijos de la Ingeniería no pueden seguir aferrados a que lo óptimo reside exclusivamente al interior del hecho tecnológico y reducirse a verificar que falla lo menos posible; es decir, no puede ser sólo tecnología sino que debe voltear la mirada hacia la manera cómo esos productos, ese irredimible y posibilitador ser técnica, posan su lógica sobre el discurrir factual tanto del conglomerado poblacional como del lugar donde se usan.
La Ingeniería muta en cuanto el devenir histórico le señala una época dual, que es aquel en el cual para garantizar el bienestar humano debe también responder por el bienestar biosférico. En la no vaga trayectoria humana presenciamos una más de las tantas veces, una más de las muchas ocasiones, en que
enfrentamos un momento de la historia en el cual la Ingeniería debe garantizar lo uno y a la par responder por lo otro. La domesticación del fuego hace 500 mil años funge de iniciador de las épocas duales: en el error y en el acierto del proceso de tal domesticación se quemaron millones de kilómetros de selva, dejando a las comunidades sin alimentos ya de la flora, ya de la fauna. Un precio social doloroso se pagó al desarrollar esa, entre las cuitas tecnológicas, la básica, pues sin la domesticación del fuego, o sea sin esa conquista de la ingeniería pitecántropo el propósito evolutivo que constituye lo homínido en el interior del fracaso hubiera terminado. A la racionalidad de los saberes de la Modernidad, empeñada en expulsar lo humano de los predios evolutivos, risa le produce la escueta mención del ingeniero pitecántropo que en los lares que de Shangai a Beijing van hizo trizas el poderoso imperio de la costumbre con la fuerza de la intuición, que le indicó cuán capaces de dominar las veleidades del fuego eran su solidaridad, su empeño, su entendimiento y su vejez. Con una perspectiva que reduce la tecnología, la medicina, la biología, las ciencias sociales salvo la filosofía y la historia, así igual que la Ingeniería, entre los dedos se escapa el horizonte donde reconocer la función que cada saber ha de cumplir en las cuitas humanas. Sin incluir la prehistoria el futuro no será nuestro sino de la casualidad vuelta norma.
La Ingeniería, como sola tecnología, hiere lo que nutre a la Madre Tierra y perpetúa dependencias; como solo saber aspira a contribuir a la equidad social; como holística función de época advierte la época dual que vive, ata sus lógicas a complejidades más amplias que la tecnología o que lo humano y, al verse como lo que es, logro de la biosfera y no navaja que cuando la rebaja la enferma, se comprende heredera de una de las conquistas de la evolución, nieta del Sol y de la Tierra, hija de los simios, ventaja orgánica sin la cual los homínidos no seríamos lo que hoy somos.
Una de las pocas diferencias claras entre lo humano y el resto de las presencias, la Ingeniería, propiamente dicha, mora como una de las pocas cosas exclusivas de lo humano. No ha existido lo humano sin aquello que cumple el papel desempeñado hoy por la Ingeniería. Por ello la Ingeniería logra cambiar de tal forma las sociedades que muchas mutaciones de períodos históricos a ella remiten, como la Ingeniería de Sistemas con Internet lo crea en el mismo instante en que esto escribo o como la Ingeniería de los metales lo forjó en aquella travesía de la Edad de Bronce a la Edad de Hierro. La democracia griega procede de un hallazgo de la Ingeniería, la domesticación del hierro; de sus características
no hegemónicas proviene; emana de disponer de un arado para cada quien, de la multiplicación comunitaria de espadas y escudos. El bronce, al igual que la energía nuclear, se produce en núcleos centralizados que, a su vez, centralizan el poder. Vemos con claridad que el aspecto más influyente de la Ingeniería reside en la variante energética que entrega a su época. Hoy ha de reflexionar sobre las consecuencias en el tipo de organización social que tal o cual variante energética impone. Nuclear, fósil o solar no son simples variantes energéticas, bueno, también lo son pero son mucho más; son tipos de sociedad específicamente posibilitados de tal forma o de tal otra. Difícilmente logrará ser democrática una sociedad basada en la energía nuclear. La Ingeniería haría mejor en estar consciente de ello que en por ahí pasar de largo.
No veo cómo asentar qué conlleva ser ingeniero sin sentarse al lado de la forma en la cual lo humano y la biosfera se relacionan. Doy para mí que esa relación es la de la domesticación; lo humano domestica elementos ecosistémicos y así la de la flora se llama agricultura, la de la fauna ganadería, la del agua hidroeléctrica o regadío o acueducto, la del átomo energía nuclear, la del fuego ladrillo o motor o metalurgia o Heráclito, etc. La sucesiva domesticación homínida de los ecosistemas hasta llegar a la actual domesticación de la biosfera posee un adelantado, aquella parte de lo humano que primero
choca o acaricia o ritma las presencias físicas del entorno: la ingeniería. Tacto siempre inicial, tacto que si porta su función de época deviene fundamento de lo humano, que si su paso camina como un saber incluye el bienestar humano dentro de sus cuitas y que si pervive en la pequeñez de cumplir exclusivamente su rol tecnológico rige heridas en la finitud del cuerpo de la Tierra, heridas por las que con el arrume del tiempo mana dolor homínido.

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