La verdad es que prestando un poco de atención la vida de
muchos hombres, a los que casi nadie les
prestaría esa atención, nos podrían llegar a sorprender.
Me refiero por supuesto a la casi totalidad de la raza
humana, que obviamente pertenece al conjunto de común. Los hombres destacados ¡Gracias
a Dios! son muy pocos.
Se imaginan un mundo lleno de hombres destacados, nuestro
destino estaría signado por la desdicha, sin dudar los hombres destacados
poseen un ego que les hace imposible aceptar la mediocridad de la naturaleza,
es decir aceptar que la misma naturaleza existe con derechos y no siempre puede ser
manipulada. Los “grandes” en su megalomanía creen que pueden manipular,
objetos, personas, animales, en fin, con un poquitín de ganas, el universo
entero.
En esta galería de hombres comunes, a los que me he
dispuesto a poner sobre el tapete, un lugar destacado lo tiene el señor de la
libretita.
Como casi siempre, carece de importancia el nombre. Me cruce
con la parte oculta de su historia una vez que el buen señor había muerto, su
hijo se presentó en mi casa una mañana de un sábado como cualquiera. Yo lo conocía, como no
conocer al hijo de un tipo que trabajó con vos durante 30 años.
Confieso uno cree conocer, hoy me doy cuenta que no lo
conocía casi nada, o lo que es peor, aún conociéndolo no tomaba en serio sus afirmaciones.
Esa mañana, con una libreta negra, esas libretitas de 15 por
20 de ese negro brillante, viejas, de anotaciones memoriosas, un aturdido señor,
pues el hijo ya contaba con 35 años, vino a mi con un secreto que no se atrevía
ni el mismo a develar. Dando rodeos, y con un poco de vergüenza ajena, me
explicó que había encontrado la libreta entre las cosas que yo mismo había
juntado de su escritorio el día posterior a su muerte y que le había entregado
a la familia. Que por las dudas revisó los papeles, y al encontrarse con la
libreta la abrió y no entendió, al principio al menos, su sentido.
No era para menos, la libreta tenía pocas hojas con alguna
escritura, y en cada una de esas hojas solo había escrito un nombre con su
correspondiente apellido, y dos fechas. Ya en mis manos nuevamente recordé, y
se lo dije, que una tarde hace muchos años, casi 20, acompañé a su padre por
varias librerías, buscaba, obsesivamente, una libreta negra, pequeña,
brillante. La conseguimos en una librería de contabilidad de la calle
Talcahuano, TOPALACO creo que se llamaba.
Recordé también y así se lo conté, que pocas veces lo había
visto a su padre con ella. Es más no recuerdo si alguna vez lo vi realmente escribir en ella
.
Mientras le decía esto, le pedí permiso y abrí la libreta,
efectivamente la libreta tenía un nombre por página, y dos fechas, solo eso,
había usado ceca de 16 paginas. No me detuve más, le pregunté que era lo que le
molestaba de esa libreta, insignificante de por si.
Lo que me molesta, me dijo, es que todos los que están allí, por lo que se, y lo corroboré con mi madre, todos, insistió, sin excepción,
habían tenido un enfrentamiento con mi padre
¿y?
Y bueno, salvo el último, están todos muertos. Y de los que
me acuerdo, murieron en la segunda fecha que figura en la libreta. Es más el último, mi
padre lo anotó solo dos días antes de sufrir el infarto.
¿y? volví a preguntar entre interesado y no.
Es que mi padre hace años, en una cena con amigos había
dicho que para sus enemigos, a los que desearía matar, tenía una libreta.
Un exorcismo, le dije, ponía en papel un deseo, pero ello no
implica nada.
No obstante, y pensé para mi :que curioso, le dije: si tanto te molesta puedo hacer una pequeña revisión de los
datos.
Si, la verdad es que a eso venía, a, discretamente, saber, ¿Qué
les paso a esta gente y quién era mi padre realmente?
Dos semanas después nos encontramos. Lo cité en Las
Violetas, de Boedo y Rivadavia. Charlamos 10 minutos de cosas triviales,
esquivando el bulto. Hasta que le di la libreta y le dije: efectivamente están
todos muertos. No hay nada especial, quizás si sorprende que la gran mayoría
murió inesperadamente y algunos en accidentes estúpidos.
Bueno, me dijo, pero eso puede ser fruto de la casualidad,
del destino. Por suerte el último que anotó, solo dos
días antes de su muerte, está vivo.
El último, le dije casi en un susurro, murió el domingo
electrocutado en la calle, piso un cable suelto en medio de la tormenta.
Pedí y pagué la cuenta, antes de irme le dije: yo que vos
quemaría la libreta.
Rusvi Tahan
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