La noticia llego a mi envejecida, era ya casi un mito
urbano, si El Bolsón puede llamarse urbe. La externalidad de mi chacra a 7 kilómetros
me evitan molestias y, como
contapartida, me aíslan de las historias ciudadanas. Por ello cuando leí en el
diarito local, en el bar del ACA, donde tan a menudo me encuentro con Abdul, la
noticia era novedosa, luego, como les decía, vine a anoticiarme que era viejísima.
Consideraciones
previas
En Río Negro los locos andan sueltos, es decir el sistema de
salud mental se basa en la no internación.
La noticia tal cual
la leí
Ayer por la mañana un grupo de comerciantes de El Bolsón,
dedicados a la venta de ropa, se presentó ante la justicia en San Carlos de
Bariloche solicitando su intervención ante lo que juzgaban era una situación
peligrosa, y que el sistema de salud no podía contener. Una paciente de Salud
Mental, que era tratada desde hace años por delirio paranoico, los seguía, los
acosaba con cartelitos, con notas que pasaba debajo de la puerta, o parándose en
la entrada ante los clientes, advirtiéndoles sobre el peligro que corrían al
comprar ropa en sus locales.
La historia que me
contó Mala onda Lujanero.
Yo estaba en realidad esperando a mi simpático amigo el mala
onda lujanero cuando leí la noticia. Apenas se sentó y pidió su café, le
pregunté que sabía.
Me contó la historia con lujo de detalles, conocía a la
mujer, por desgracia era la mujer de un compañero de laburo. Todo había
empezado hace dos años, por un comentario de la hija mayor.
¡Uh mamá! el pueblo se está llenado de ropa chonga, todas
son tiendas de bolitas, disparó su hija entre molesta y graciosa. La mujer que
hasta ese día no había prestado atención empezó a darle importancia. Una
importancia que nadie atribuyó enfermiza, sino mera curiosidad.
Un día un comentario: yo no sé porque se abren tantos
negocios iguales.
Otro día: como pueden pagar tanto alquiler y personal.
Con el tiempo: conté 10 negocios en la Avenida San martin y
7 en la Sarmiento. Si hace dos años había uno solo.
Pero la verdadera eclosión llego cuando se incendió Tamango,
la tienda más grande y más antigua de ropa y calzado de la comarca. Nadie que
hubiera vivido algunos años en El Bolsón podía haber dejado de comprar en
Tamango, la mitad de la población tenía crédito personal allí. Su incendió
disparó a los más humildes a los negocios atribuidos a la comunidad boliviana y
a nuestra protagonista al loquero.
El marido empezó a notar cierta obsesividad, su mujer se pasaba
horas en Google leyendo noticias de tiendas de ropa, fábricas clandestinas,
trabajadores esclavos, todos vinculados a la colectividad boliviana. Abrió una
carpeta en su disco rígido donde guardaba las noticias, por fecha, lugar de
búsqueda, y con comentarios.
Claramente la cosa empeoró cuando se compró una cámara de
fotos sencilla y empezó a fotografiar los negocios del pueblo. Había días en
que se pasaba mañana enteras frente a uno anotando la cantidad de clientes y
las entradas y salidas de los dueños.
Comprobó que varios negocios eran de los mismos dueños.
Intentó con mayor o menor suerte averiguar cuántos pedidos
le llegaban por transporte, en que empresas desde donde, etc. Tenía datos
empíricos que hubiera dado envidia a la AFIP.
Un día su marido, que ya hacia meses que estaba preocupado,
la encaró: ¿que te pasa?, ¿que te preocupa tanto lo de los negocios de ropa?,
el pueblo creció mucho, viene gente de toda la comarca aquí, la ropa que venden
es más barata, después de todo está en Buenos Aires la Salada y es un boom.
Su contestación lo dejo mudo y consternado.
Mira, le dijo, hoy hay 18 negocios en El Bolsón, 2 en Lago
Puelo, por menos que paguen en algunos deben pagar entre 6 y 8 mil pesos de
alquiler, mas los empleados, la ropa o la hacen con trabajadores esclavos y
evaden todos los impuestos o lavan dinero de la droga. Yo tengo una carpeta con
datos y , vos no entendes, estoy asustada y se lanzó a llorar.
El marido intentó, sin enfrentarla, quitarle dramatismo, la
consoló y le prometió ayudarla en su pesquisa. No obstante en un viaje a Buenos
Aires se reunió con un amigo sicólogo y le contó la situación.
Su amigo, sin esquivarle al bulto, buscó bajarle los
decibeles, le dijo incluso que todos teníamos una cuota de paranoia y que
muchas veces eso nos ordenaba la vida.
A su vuelta la cosa fue empeorando, su mujer faltaba al
trabajo pidiendo artículos personales para atender su pesquisa. Pero el vaso se
colmó cuando una noche no volvió, se había ido con el coche a cenar con una
amiga, el marido se despertó a las 5 de la mañana y no estaba, la quiso ubicar
con el celular y lo tenía apagado. Llamó a la policía para saber si había
habido algún accidente, luego a los dos hospitales el de El BOLSON y el de
Puelo para preguntar si estaba allí. Cuando cerca de las 7 de la mañana
apareció le dijo que había pasado toda la noche en el auto enfrente de la
tienda nueva que había abierto cerca del paralelo.
El estalló y le exigió que fueran a pedir ayuda a un
sicólogo. Ella se negó.
La cosa se pudrió definitivamente una mañana cuando la
Policia de Lago Puelo llegó a su casa y le entregó una citación. Allí le
explicaron que un comerciante la había denunciado por entender que lo acosaba,
que pedía informes de él en los transportes, a sus clientes, etc.
Con la promesa de que se trataría el marido la saco de la
comisaria. Empezó un tratamiento con terapia y pastillas en el hospital de El
Bolsón. Durante casi un año todo pareció encaminarse. Hasta que una nueva y
gigantesca tienda de más de 600 metros cuadrados se abrió en la avenida San
Martin y su mujer se descontroló. En dos días, febrilmente, hizo afichetas en A4,
panfletos, y escaneó fotos. En un día los pego en todo el pueblo.
Decían: 20 negocios iguales, ¿de dónde sale la plata? . En
otro cartel: ¿usted no sospecha que es dinero de drogas?. En otro ¡acá hay
trabajo esclavo , no compre!
El marido la llevó al hospital y la llenaron de drogas, como
un zombie caminaba todos los días por la avenida, pero ya los carteles no aparecían
y tampoco paraba a la gente.
Pero, como lo demuestra la noticia Rusvi, sentenció Malaonda,
finalmente ni las drogas ni nada la frenaron, acá está de vuelta, obsesionada por la ropa
boliviana.
Cuando salí del ACA subí a mi coche, como un autómata, en
lugar de agarrar para mi casa me fui
hasta la salida norte del pueblo y de regreso recorrí toda la Avenida
Sarmiento, conté 10 negocios de ropa y otros 12 en la Avenida San Martin ¿bolivianos? Me pregunté. Y me fui a casa no
sin cierta angustia.
Rusvi Tahan
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