Un artículo de Alberto Lapolla
Ingeniero Agrónomo e historiador , Director del Instituto de Investigaciones Bernardo de Monteagudo de la Central de Movimientos Populares
La verdad se abre paso
Recuerdo que en 2004 una docente de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, con todos los postítulos neocoloniales actuales a cuestas, se negó a publicarme un trabajo en el anuario de la Universidad, pese a haber sido especialmente invitado a disertar sobre la historia del modelo agropecuario, pues en el trabajo yo sostenía que la dictadura genocida había sido cívico-militar y había venido a reformular el, modelo productivo y distributivo argentino. Esta señorita -miembro por entonces del Partido Socialista- decía que ella no podía convalidar tal cosa, pues la dictadura había venido a acabar con la guerrilla. Claro hoy, gracias a la acción de ambos gobiernos kirchneristas y la movilización permanente de nuestra sociedad dicho argumento aparece como irrepetible. Es un hecho irrefutable de la nueva situación nacional creada por los siete años de gobiernos kirchneristas que, su decisión de ir ‘hasta el hueso’ en los juicios a los genocidas de la dictadura militar de1976-1983 -único hecho de estas características en la escena internacional y particularmente en Nuestramérica, donde la derrota de los ’70 dejó más de un millón y medio de muertos- permite que, a medida que la sociedad pierde el miedo y la justicia avanza en los juzgamientos de los criminales de toda laya, comienzan a aparecer los cómplices, mentores y socios civiles del genocidio. Claro está que este hecho nunca fue ocultado por quienes la integraron. La Sociedad Rural Argentina, CRA y Adeba siempre consideraron al gobierno nazi-fascista de 1976 como propio y no lo ocultaron, por lo menos ante quienes, por razones de profesión o laborales, debíamos compartir esferas de trabajo con los terratenientes y sus empleados quienes consideraban a ese ‘su gobierno’ y llegada la hora de acabar con el ‘proyecto ilusorio de la industrialización y su hijo putativo: el desarrollismo’, pudiendo así retornar -tal como lo pedía Henry Kissinger en abril de 1976- al modelo agroexportador ‘que tanta paz social y progreso había traído a la república’ (oligárquica claro está). Pero no sólo la oligarquía fue parte de la dictadura, todos los partidos del arco parlamentario integraron el staff de los asesinos. Así entre 1976 y 1983 hubo a lo largo del país 310 intendentes radicales, 169 justicialistas, 109 demoprogresistas, 94 desarrollistas, 78 federalistas populares (Manrique), 23 neo-peronistas, 16 demócratas-cristianos y 4 intransigentes. El Partido Socialista Democrático ubicó a su máxima figura, Américo Ghioldi como embajador de los genocidas en Portugal, mientras su órgano, La Vanguardia, dirigida por Norberto Laporta saludaba la acción de gobierno contra la guerrilla. A esto cabe agregar, la colaboración con los genocidas del Partido Comunista (pese a sus 110 desaparecidos) y de la Izquierda Nacional de Abelardo Ramos. Sumando apoyos civiles, apenas asumido el gobierno por los criminales de uniforme, los más renombrados intelectuales del país, encabezados por Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Horacio Esteban Ratti -presidente de la SADE- y Leonardo Castellani, almorzaron el 19 de mayo de 1976, con los generales Jorge Videla y José Villarreal. Todos salieron encantados del encuentro con los genocidas. Borges no se privó de saludar los nuevos tiempos que poblaban la nación: ‘Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno. Yo nunca he sabido gobernar mi vida, menos podría gobernar un país’. Así las cosas, el gobierno de la dictadura fue un cogobierno cívico-militar regenteado por las picanas de Camps, Echecolatz, Menéndez y Massera, unidas al know-how aportado por los chicos del grupo Perriaux, quienes proveyeron los cuadros técnicos para salir de la Argentina industrial. Estos muchachos no eran nuevos ni desconocidos para el poder militar, pero ahora se habían organizado en logia política-económica para acabar con esa ‘maldita Argentina Peronista’. A fuer de ser veraces el grupo Perriaux no cogobernó con los militares asesinos, sino que siguiendo lo que alguna vez expresara James Petras, en el sentido de que la dictadura argentina fue la mayor expresión de un gobierno a nivel mundial, de sometimiento del poder militar como instrumento directo del gran capital. De tal forma fue al revés: la dictadura, gobernó para el grupo Perriaux, como expresión concentrada de la oligarquía terrateniente y financiera. Vale recordar que ante cada conflicto gremial la dictadura reprimía con ferocidad nunca vista, considerando cualquier conflicto laboral como un ‘hecho subversivo’. Así durante 1976 y 1977, ante cada huelga o reclamo el ejército ‘nacional’ llegaba a la empresa y obligaba a los trabajadores a realizar las labores a punta de bayoneta, transformado a las FF. AA., en policía privada del gran capital, tal cual había pronosticado el mayor Bernardo Alberte en su carta póstuma al genocida Videla. El patriota Alberte, cabe aclararlo, fue asesinado la misma noche del golpe de Estado en su casa y ante su familia. Bueno es recordar que el 60% de los desaparecidos fueron dirigentes sindicales de base, es decir miembros de ese movimiento sindical combativo, clasista y antiburocrático que alumbrara el proceso de la Resistencia Peronista y popular, en particular luego de la creación de la CGT de los Argentinos y del Cordobazo. Es decir aproximadamente 18.000 ciudadanos-sindicalistas de base -el sustrato concreto de la lucha de clases, la memoria histórica y el saber concreto de la clase trabajadora, al pensar de Antonio Gramsci- fueron extirpados del cuerpo social de la nación por los militares genocidas empleados de los dueños del gran capital. Picana y vuelos de la muerte en mano, venían dispuestos a reformular la Argentina, destruyendo su estructura industrial y su poderoso movimiento obrero y popular, de una vez y para siempre. Incluyendo de paso a la burguesía industrial creada a partir de 1945 y los sectores medios urbanos y rurales asociados.
Perriaux y la ‘República de los muertos’
Según Perriaux, autor del nombre de Proceso de Reorganización Nacional, como ‘la tradición significa dar voz y voto a la más nebulosa de las clases sociales: la de nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos. La tradición se resiste a rendirse ante la arrogante oligarquía de aquellos cuyo único mérito es estar entre los vivos.’ Conviene recordar a alguno de los integrantes de su grupo, que fue quien designara a José Alfredo Martínez de Hoz como su representante comandando la economía del genocidio. Además del histórico representante de la oligarquía terrateniente ya desde los tiempos de la colonia, integraban el grupo Perriaux, entre otros: Jaime Perriaux, Enrique Loncan, Mario Cadenas Madariaga (SRA), Luis Carlos García Martínez (primo de Martínez de Hoz), Jorge Aguado (Carbap), Guillermo Zubarán, Horacio García Belsunce, el Negrito Alberto Rodríguez Varela -abogado católico preconciliar, miembro del Opus Dei, ministro de Justicia de Videla y por mucho tiempo su abogado, famoso por su respaldo a la tortura y por su entrañable amistad con el Coronel Ramón Camps-, Jaime ‘Jimmy’ Smart, Roberto Durrieux y Raúl Salaberry, estos dos últimos funcionarios de Ibérico Saint Jean, el ultrafascista ‘gobernador’ de la Provincia de Buenos Aires. Los tres poseían estrechos contactos con Ramón Camps y su sucesor Pablo Ricchieri. Todos eran furiosamente antiperonistas, anticomunistas y antisemitas, rasgo éste último que siempre caracterizó a nuestra oligarquía, hija directa de la Inquisición española, potenciado luego por el antisemitismo británico de la generación del ‘80. El contacto entre el think-tank del genocidio y los centuriones militares era el general Hugo Mario Miatello -contacto entre la CIA y el SIE- compañero y amigo de Videla de toda la vida. Miatello también participaba en los tempranos Setenta de las reuniones entre jóvenes nacionalistas y militares nazionalistas que se realizaban en la casa del asesor de Onganía, Diego Muniz Barreto. Casualmente fue Miatello, uno de quienes propusiera en 1970 a un grupo de jóvenes, el secuestro -y asesinato- de un general ‘liberal retirado que estaba en una conspiración civico-militar para derrocar a Onganía’… Perriaux tenía una enorme influencia ‘intelectual’ sobre Videla, al punto que el genocida solía repetir una de las frases predilectas de Perriaux: ‘Prefiero el concepto de República al de democracia. A la democracia hay que explicarla a la República no.’ ¿Será ésa la famosa República a la que hace referencia de manera oscura y constante la Dra., Elisa Carrió? Conviene recordar que Carrió fue fiscal de la dictadura en su Chaco natal, en los mismos días en que el asesino serial Cristino Nicolaides ejecutaba la horrenda masacre de Margarita Belén.
Papel Prensa
De tal manera, no puede sorprender que a medida que la democracia se profundiza y el horror se desmenuza aparezca con toda nitidez la apropiación de Papel Prensa a manos de Clarín, la Nación y la Razón (por entonces órgano oficioso del SIE). Además de destruir la industria creada entre 1945 y 1975 había que eliminar a los empresarios judíos y otros advenedizos, que de manera ‘irrespetuosa’ habían aparecido en las estructuras de poder económico de la sacrosanta, católica y tradicional Argentina. Junto con el peronismo militante, el peligro comunista y la guerrilla subversiva había que acabar con los empresarios judíos. ‘Colectividad que en todas partes genera grupos de opiniones críticas e inconformistas’, según explicaba en esos días el Dr., Mariano Grondona desde su semanario. En especial había que borrar el recuerdo -y las políticas- de José Gelbard y su maldita CGE. De tal forma junto con el grupo Graiver, hasta hoy sabemos que otros 660 empresarios fueron expropiados de su capital -terrible paradoja para la más ultracapitalista de nuestras dictaduras. Muchos de ellos fueron expropiados para hacer capitalistas a algunos ‘patrióticos’ oficiales de las tres fuerzas armadas, pero otros -y he aquí como Petras vuelve a tener razón- como en el caso de la familia Iaccarino, sólo porque su actividad molestaba a los grupos monopólicos La Serenísima y Sancor, fuertes aliados de la dictadura, al igual que el resto de los grandes grupos económicos. Es decir que la asociación entre la picana de Camps y la chuequera de Martínez de Hoz basculaba como un solo espectro de espanto sobre la sociedad argentina reformulando hasta el horror nuestro capitalismo, para retornar al modelo agroexportador, tratando de liquidar de una vez y para siempre, a ese molesto proletariado industrial con sus clases asociadas que había dejado el hecho maldito del país burgués entre 1945 y 1955. Pero la clase obrera resistiría y lo haría de tal manera, que sería necesario la llegada del mayor traidor a la Patria que pisara suelo argentino, que nos gobernara entre 1989 y 1999 y salido de las propias entrañas del peronismo, para poder destruirla, esta vez ya no sólo política sino físicamente. Aunque todo indica que movimientos piqueteros, resindicalización y reconstrucción industrial kirchnerista mediante, la peor pesadilla de los Martínez de Hoz, los Grondona y los Camps está volviendo con toda su fuerza y su historia encima, mostrando la inutilidad -y por ende la atrocidad- de la masacre. Dentro de este marco, que debamos haber esperado más de treinta años para poder hacer público el despojo de Papel Prensa a la familia Graiver y los horribles padecimientos por ellos sufridos, muestra los límites del terreno recuperado, pero al mismo tiempo señala también la salud de nuestro sistema democrático. La transformación de Clarín de órgano teórico del Desarrollismo, a eje, instrumento y parte sustancial del modelo agroexportador, así como su devenir en elemento principal de la sujeción y sometimiento ideologico-cultural del pueblo argentino, muestra la magnitud de la transformación desarrollada en la clase burguesa argentina mediante la alianza de la picana de Camps, el think-tank del grupo Perriaux y los sucios oficios de Magneto (quien tiene buenas razones para estar espantado por su futuro) y Mitre. Les es imposible a ambos explicar como Papel Prensa fue comprada con dinero Montonero por Graiver en diciembre de 1973 -mientras aun administraba los bienes del General Perón-, si Montoneros secuestró a los hermanos Born en setiembre de 1974, y recién comenzó a cobrar parte del rescate en marzo de 1975. Es lógico que las preocupaciones y por ende la agresividad sin límites de Magneto, vayan en aumento. Pero la investigación abierta de esta enorme pata civil del genocidio, también nos muestra el camino que nos queda por recorrer y también la magnitud patriótica e histórica de los siete años de gobierno kirchenrista.
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