domingo, 16 de noviembre de 2008
Dos opiniones - Dos mundos
El viernes ( 14-11-08) leí la nota de Neilson, que, por la razones que expondré, copie y pegue a más abajo.
Sin duda admiro a Neilson por su pertinaz capacidad para argumentar en defensa del mundo de la democracia representativa capitalista, con la curiosa virtud de: iluminar las miserias de los hombres y ocultar la miseria del sistema. Pudiendo de esa manera aplaudir la capacidad revolucionaria de los norteamericanos y anglosajones en general y la del mundo al que ellos han forjado con sus paradigmas ( a veces China, a veces India, Sudáfrica) y denostar todo lo que venga del mundo latino o árabe corrupción, políticos, etc. etc. Casi una versión permanentemente actualizada de la leyenda negra antihispana forjada por los escritores de la Inglaterra Isabelina y reproducida ampliada a la versión de Civilización o Barbarie decimonónica que en nuestro país defendieron e impusieron con fruición Rivadavia, Sarmiento y etc.etc.
No obstante creí necesario hacer una reflexión sobre su bizarra defensa del sistema capitalista anunciando que su fin por el absurdo sería la catástrofe. Por suerte para mi hoy domingo me llega de parte de Carlos Galano una reflexión de Leonardo Boff y decidí también levantarla a mi blog para permitir a todos fijar su propia posición. Y preguntarse luego de fijarla cuanto más cerca están en lo cotidiano, en lo que cada día hacen, de uno u otro paradigma.
Pues como dice Marx, nunca hay que atender a lo que los hombres dicen sino a lo que hacen.
Rusvi Tahan
Virtudes antisociales ( por Neilson)
Los convencidos de que el consumismo es intrínsecamente malo tienen motivos para sentirse satisfechos. A juzgar por lo que está ocurriendo en el mundo, han llegado a su fin los largos años en que hombres como el papa Benedicto XVI predicaban en el desierto, fustigando en términos pintorescos la obsesión con bienes materiales de sus contemporáneos y exhortando a todos a repudiar a los mercaderes, sin que nadie los tomara demasiado en serio. Desde hace algunos meses, centenares de millones de personas desparramadas por el planeta están comprando menos y, en cuanto pueden, ahorrando más. Puesto que durante milenios líderes religiosos de casi todos los credos, filósofos y vates nos han enseñado que ser austero es una virtud y el amor por el lujo es un vicio despreciable propio de sujetos inferiores, pocos negarían que en principio sería muy positivo que los occidentales dieran la espalda al furor consumista al que se habían entregado hasta mediados del año corriente para abrazar los casi olvidados valores tradicionales. ¿Se trata de un cambio permanente? Es de esperar que no: tal y como están las cosas, el triunfo universal de la virtud sería un desastre con muy pocos atenuantes.
Quienes han abandonado el consumismo con más fervor son los norteamericanos. Para consternación de los habituados a considerarlos consumidores insaciables, han optado últimamente por conformarse con lo que ya tienen. Parecería que no se trata tanto de un rapto de prudencia frente a la incertidumbre que han provocado los altibajos desconcertantes de los mercados bursátiles, cuanto de una suerte de revolución cultural de la clase que en su país se da con cierta frecuencia. Es como si, luego de más de una década de vivir de crédito, con el resultado de que una proporción sorprendente de los hogares está abrumada de deudas, los norteamericanos hubieran llegado a la conclusión de que tenían razón los moralistas que criticaban su conducta y que por lo tanto les corresponde mejorarla.
Como resultado, en los meses últimos se han precipitado las ventas de casi todos los productos que antes los fascinaban: automóviles, televisores, casas, lo que sea. Incluso comen menos, lo que sin duda complacerá a los asustados por la epidemia de obesidad que ha llenado la superpotencia de una cantidad fenomenal de individuos sobredimensionados. También se sentirán reivindicados los ecólogos preocupados por las repercusiones desagradables en el medio ambiente del consumismo, ya que una sociedad más austera necesita menos electricidad y petróleo.
Algo similar está sucediendo en otras regiones del mundo. Los europeos han reaccionado ante la proximidad de tiempos más duros reduciendo abruptamente sus compras. En la Argentina, Brasil y el resto de América Latina, el consumo ha caído estrepitosamente para desconsuelo de fabricantes y comerciantes. ¿Es porque la gente no tiene dinero? Sólo en parte. La cautela extrema que según parece se ha apoderado del grueso de la clase media mundial se debe menos a una merma de sus ingresos que al temor a que todo se desplome, y a la sospecha de que de todos modos en adelante le convendría aprender a evitar los excesos característicos de los años del boom en que los recién enriquecidos compitieron para ver quién pagaría más por un departamento en ciudades como Londres y Nueva York, marcando así pautas que los demás se esforzarían por respetar. La idea de que en la raíz de los problemas económicos que están agitando el mundo está "la codicia", el vicio que figuró en un lugar tan destacado en los discursos de los candidatos presidenciales norteamericanos, se ha propagado con rapidez vertiginosa por todo el planeta.
Así las cosas, no es inconcebible que estemos ingresando en una nueva época signada por el puritanismo en que por lo menos algunos que hacían gala de su "codicia" consumiendo de manera ostentosa intenten destacarse por su austeridad. De ser así, las consecuencias serían con toda seguridad calamitosas. Por perverso que parezca, un mundo comprometido con los valores sencillos reivindicados por un centenar de generaciones de moralistas de todos los pelajes no tardaría en hundirse en una depresión prolongada. Si los norteamericanos, los europeos y la minoría de latinoamericanos que están en condiciones de emularlos, decidieran desistir de comprar lo que en verdad no necesitan, la economía primermundista que se basa en la producción y venta de bienes y servicios prescindibles se hundiría enseguida, llevando consigo las de los países calificados de "emergentes".
Mal que les pese a los moralistas, sin el gusto mayoritario por lo superfluo no habrá forma de impedir una gran hambruna mundial.
Ya se ha visto frustrada la ilusión de que la eventual transformación del consumidor norteamericano en un dechado de frugalidad no cambiaría mucho porque los chinos se las arreglarían para tomar su lugar. El impacto de la caída del consumo en Estados Unidos ha sido muy fuerte en Asia, donde en las semanas últimas se han paralizado muchísimas fábricas que producían bienes para exportación. También está golpeando con dureza a los países, entre ellos la Argentina, que dependen de la venta de commodities cuyos precios se han desmoronado.
La incapacidad del consumidor norteamericano de continuar desempeñando un papel clave en el sistema económico internacional ha provocado una crisis monumental. Pudo hacerlo hasta hace muy poco porque le resultaba maravillosamente fácil conseguir créditos sin preocuparse por la necesidad de devolver el dinero un día porque suponía que el valor de su vivienda no dejaría nunca de aumentar.
Por su parte, el gobierno norteamericano pudo endeudarse hasta el cuello gracias a la voluntad de asiáticos ahorrativos de comprar cantidades ingentes de títulos en dólares. Desde hace varios años, los consumidores norteamericanos se ven subsidiados por chinos, árabes petroleros y otros que, por razones sin duda comprensibles, confían más en las leyes norteamericanas que en aquéllas de sus propios países. El esquema así supuesto funcionó bien mientras los norteamericanos cumplieron su papel, pero si éstos, asustados por el terremoto financiero que acaba de modificar el panorama y un tanto contritos por haberse entregado al consumismo desenfrenado, optan por la austeridad, la recesión que ya ha comenzado se convertirá pronto en una depresión muy profunda que persistirá hasta que por fin se cansen de esta virtud privada y, por sus consecuencias para el conjunto, vicio colectivo que es la frugalidad además, claro está, de conseguir los medios que les permitirían comprar todo cuanto se les antoje.
JAMES NEILSON- Diario Río Negro Online. Edición 14 de noviembre 2008
Não desperdiçar as oportunidades da crise. (por Boff)
Face ao cataclismo econômico-financeiro mundial se desenham dois cenários:
um de crise e outro de tragédia. Tragédia seria se toda a arquitetura
econômica mundial desabasse e nos empurasse para um caos total com milhões
de vítimas por violência, fome e guerra. Não seria impossível, pois o
capitalismo, geralmente, supera as situações caóticas mediante a guerra.
Ganha ao destruir e ganha ao reconstruir. Somente que hoje esta solução não
parece viável pois uma guerra tecnológica liquidaria com a espécie humana;
só cabem guerras regionais sem uso de armas de destruição em massa.
Outro cenário seria de crise. Para ela, não acaba o mundo econômico, mas
este tipo de mundo, o neoliberal. O caos pode ser criativo, dando origem a
outra ordem diferente e melhor. A crise teria, portanto, uma função
purificadora, abrindo espaço para uma outra oportunidade de produção e de
consumo.
Não precisamos recorrer ao idiograma chinês de crise para saber de sua
significação como risco e oportunidade. Basta recordar o sânscrito matriz
das línguas ocidentais.
Em sânscrito, crise vem de kir ou kri que significa purificar e limpar. De
kri vem também crítica que é um processo pelo qual nos damos conta dos
pressupostos, dos contextos, do alcance e dos limites seja do pensamento,
seja de qualquer fenômeno. De kri se deriva outrossim crisol, elemento
químico com o qual se limpa ouro das gangas e, por fim, acrisolar que quer
dizer depurar e decantar. Então, a crise representa a oportunidade de um
processo critico, de depuração do cerne: só o verdadeiro fica, o acidental
cai sem sustentabilidade.
Ao redor e a partir deste cerne se constrói uma outra ordem que representa
a superação da crise. Os ciclos de crise do capitalismo são notórios. Como
nunca se fazem cortes estruturais que inaugurem uma nova ordem econômica mas
sempre se recorre a ajustes que preservam a lógica exploradora de base, ele
nunca supera propriamente a crise. Alivia seus efeitos danosos, revitaliza a
produção para novamente entrar em crise e assim prolongar o recorrente ciclo
de crises.
A atual crise poderia ser uma grande oportunidade para a invenção de um
outro paradigma de produção e de consumo. Mais que regulações novas,
fazem-se urgentes alternativas. A solução da crise econômica-financeira
passa pelo encaminhamento da crise ecológica geral e do aquecimento global.
Se estas variáveis não forem consideradas, as soluções económicas, dentro de
pouco tempo, não terão sustentabilidade e a crise voltará com mais
virulência.
As empresas nas bolsas de Londres e de Wall Street tiveram perdas de mais de
um trilhão e meio de dólares, perdas do capital humano. Enquanto isso,
segundo dados do Greenpeace, o capital natural tem perdas anuais da ordem de
2 a 4, trilhões de dólares, provocadas pela degradação geral dos
ecossistemas, desflorestamento, desertificação e escassez de água. A
primeira produziu pânico, a segunda sequer foi notada. Mas desta vez não dá
para continuar com o business as usual.
O pior que nos pode acontecer é não aproveitar a oportunidade advinda da
crise generalizada do tipo de economia neoliberal para projetar uma
alternativa de produção que combine a preservação do capital natural com o
capital humano. Há que se passar de um paradigma de produção industrial
devastador para um de sustentação de toda a vida.
Esta alternativa é imprescindível, como o mostrou corajosamene François
Houtart, sociólgo belga e grande amigo do Brasil, numa conferência diante da
Assembleia da ONU em 30 de outubro do corrrente ano: se não buscarmos uma
alternativa ao atual paradigma econômico em quinze anos 20% a 30% das
espécies vivas poderão desaparecer e nos meados do século haverá cerca de
150 a 200 milhões de refugiados climáticos. Agora a crise em vez de
oportunidade vira risco aterrador.
A crise atual nos oferece a oportunidade, talvez uma das últimas, para
encontrarmos um modo de vida sustentável para os humanos e para toda a
comunidade de vida. Sem isso poderemos ir ao encontro da escuridão.
LEONARDO BOFF.
Carta a sus amigos
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